martes, 28 de julio de 2015

Nacer y morir


La vibración que hay en el momento del nacimiento o de la muerte, nos marca de por vida


Por Luis Carmona
Los dos momentos más importantes en la vida de las personas, son en la mayoría de casos, el momento en que se nace y el momento en el que se desencarna, ya que ambos momentos determinan el resto de la vida, en un cuerpo o sin él, respectivamente. Vamos a explicar el por qué, sin pretender erigir una verdad inalterable.

Las personas, además de tener un cuerpo palpable, tenemos un aura o campo electromagnético, que se forma en el momento del nacimiento. La vibración de ese momento queda registrada de por vida, y es un gran presente, es un filtro energético que nos resguarda de las vibraciones perjudiciales como la Tierra es protegida por su campo electromagnético de los rayos cósmicos.
Esta forma energética se puede fotografiar y medir, es un hecho que existe, la cuestión es... ¿cuáles son sus cualidades?
La respuesta a esta pregunta es respondida por la astrología, que se encarga de estudiar el cielo en el momento del nacimiento de la persona. "Así en el cielo como en la tierra" dice la biblia, aunque el catolicismo reniegue oficialmente de ella.
Sin embargo, ¿cuál fue la estrella que llevó a los reyes sabios hasta Jesús?
Los budistas tibetanos, siempre han ido en busca de las reencarnaciones de Buda para elegir a su Dalai Lama, basándose en la astrología y en la biblia dice que tardaron 2 años en llegar hasta Jesús. Justo lo que tardaría una carabana en llegar desde El Tibet a Judea.
El caso es que la vibración del Sol, de la luna y los planetas influencia mucho al alma que encarna, los espíritas, por ejemplo, afirman que hasta que el alma se materializa en la tierra en un cuerpo, atraviesa el sistema solar quedando el espíritu (envoltura fluídica del alma) impregnada con estas vibraciones. Lo cierto, es que no solo influencian el Sol y la luna, sino también el lugar en el que nace la persona, la energía de los padres y todas las personas presentes... también influye.
Por eso el nacimiento es un momento sagrado, que si se realizase en ambientes naturales, de vibración elevada, o acaso con músicos que toquen música de alta frecuencia, o bien si se recitasen mantras o se cantasen canciones sagradas... el niño quedaría marcado por estas vibraciones de paz, creación y armonía para toda la vida. Qué bien, ¿no?
Y el momento de la muerte... pasa lo mismo, pero al revés. En el momento de desencarnar, el espíritu sale del cuerpo cargado con toda la energía que fue acumulando durante su vida, y los estados de conciencia o los estados mentales, que el moribundo tuviese, determinan en gran parte el destino de ese alma en el futuro, ya que el mundo es nuestro reflejo y al otro lado del espejo (la ilusión) sale lo que llevamos dentro... por tanto, si el campo áurico pesa con culpas, iras, temores... el bajo astral se hará cargo de ese ser, purificándolo a base de sacrificio... mientras que si las vibraciones de ese alma, son armónicas y cargadas de buenas vibraciones, el alma se verá impulsada al alto astral, a los mundos sutiles donde se vuela sin motor, y donde realidades sublimes se hacen realidad.
Lo cierto es que no dejan de ser ilusiones, menos densas quizás que este mundo material, pero no por ello menos irreales que la mátrix o matriz material en la que vivimos.
Es por ello que las doctrinas espirituales orientales buscan un estado de conciencia en el momento de morir que trascienda cualquier deseo, que sea pura paz y puro amor incondicional, para decidir libremente, si encarnar o no, dónde y cuando y poder acceder a estados de conciencia superiores en los que el alma abarque la totalidad de sus vidas, las comprenda y decida si retornar a la fuente y trascender los límites de la individualidad o bien, volver para seguir creando y paliar el sufrimiento de los hermanos y hermanas que poblamos las dimensiones materiales.
Por tanto, elevemos siempre nuestras vibraciones, y ayudemos a elevarlas principalmente en estos dos momentos sagrados, el momento de nacer, y el momento de volar.





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