Por Elena García Acosta
@RaícesColgantes
Muchos son los preparativos para este momento. Manejo la mente, visualizo paso por paso cómo será, cambio los pensamientos de miedo y dolor de tantas generaciones por...

placer y seguridad.
Emocionalmente, he encontrado esas ganas genuinas de vivir esta experiencia, de vivenciar en las entrañas, la muerte para dar vida.
Algunas personas se echaban las manos a la cabeza cuando decía que iba a parir en casa. Otras me decían que era valiente. Pero la verdad es que en casa se ha parido de toda la vida. Muchas más veces que en hospitales.
Además, yo tengo la suerte y el privilegio de poder contratar a dos parteras y matronas... cosas que no todas mis ancestras podían.
Este aspecto siempre lo tuve claro:
si no vamos al hospital para tener la menstruación, ¿por qué sí para parir? Ambas son funciones biológicas naturales para las que las mujeres estamos diseñadas.
También le dimos mucha importancia a preparar al bebé para la experiencia. Hablando con él, dándole seguridad y confianza para que sepa que puede pasar por ese canal estrecho y que estaremos para sostenerlo al final.
Me preparé corporalmente durante el embarazo haciendo sentadillas, fortaleciendo piernas y bajo vientre. Así como practicando respiraciones rítmicas y amplias.
Espiritualmente, preparando el ritual, la ceremonia, hablando con las ancestras, usando los instrumentos y la voz.
Las parteras y matronas ya habían dejado la piscina y otros instrumentos en casa, al acercarse el día ya estaban listas y en guardia... Aunque estaban también gestionando otros tres partos que iban a ocurrir en fechas parecidas.

Una larga tela roja colgaba ya de una viga en la casa, para balancearse o sostenerse. Botes de hierbas para infusión y aceites macerados estaban a mano. Elaborados por manos de mujeres medicina, compañeras del camino de la luna.
¡Qué importante fue durante mi embarazo sentir a la tribu!.
Es más, quizás no me hubiera lanzado a ésta aventura de la maternidad si no fuera por ellas y su ejemplo vivo.
Al final el preparativo más importante es abrirse a la experiencia, incluso diría que desearla. Abrirse a la prueba iniciática que es el dar a luz. El ritual más poderoso de tu vida. Confiando, sin muchas expectativas. Y sabiendo, como pude comprobar, que sólo te servirá aquello que hayas integrado totalmente en tu cuerpo. Nada intelectual o en teoría servirá. Sino que estarás frente a frente, entre vida y muerte, navegando olas de dolor con el ritmo respiratorio, la capacidad de concentración y los movimientos que hayas practicado hasta ser uno con ellos.
Mi parto:
La noche del 18 de septiembre estábamos cenando en el porche.
Estaba permitiéndome unas tostas de salmón y queso, que no terminé, pues al ir al baño un líquido que no salía de la uretra comenzó a fluir. Fui de nuevo al porche y siguió fluyendo la cascada frente a nuestras caras de fascinación, ilusión y sorpresa de mi compañero y mía.
Me derramé como pude en un barreño y se lo di a las plantas del porche
Ya venía. Había roto aguas, era el comienzo.
Esas primeras contracciones se me asemejaban a los dolores de menstruación que casi todas las mujeres tenemos cada mes. Pensé en lo increíblemente guerreras que somos.
Al igual que durante el primer día de menstruación, me centré en esa fina línea que separa el dolor del placer. Y asi, canalicé esa energía mediante el placer y alivio de la masturbación y haciendo el amor con mi compañero.

Pudimos vivir esas primeras intensidades e incluso dormir y descansar esa noche. Para lo cual también ayudó mucho el sonido del Gong y su potente vibración.
A la mañana siguiente intenté hacer
"Vida normal", como me recomendaron las parteras.
Terminamos de montar la cuna y otras cosas que no recuerdo. Entre oleadas de dolor en el vientre di el paseo más extraño de mi vida: agarrada a mi bastón de poder, dando minúsculos pasos y parando cada tres de ellos a ser traspasada por el dolor, mientras apretaba fuerte el bastón. Avanzaba de manera extraña y muy despacio entre los castaños y cuestas empinadas de la montaña.
Imaginé como se me vería desde fuera. Pero los únicos testigos eran los árboles, pájaros y zarzamoras.
Les escribimos a las parteras. Bueno, más bien mi compañero las llamó, pues yo recuerdo decirle que no las llamara aún, que todavía quedaba mucho y no quería molestarlas ni que pasasen demasiadas horas en pie. Al igual con montar la piscina, que les decía que no hacía falta. Analizando estos comportamientos, en ese estado de trance que iba entrando, me doy cuenta de la profunda resistencia que tengo de recibir ayuda. No sé si es algo ancestral de que yo lo tengo que hacer sola, o algo de la personalidad de capricornio.
En cualquier caso y por suerte mi compañero las llamó y ellas me contestaron que no me preocupase, que ese era su trabajo.
Yo les suplicaba que me dijeran que ese era el máximo de dolor que iba a sentir. A lo que ellas contestaban que sólo era el principio.
Como suele pasar, la noche trajo la intensidad. Una luna menguante se alzaba en lo que presentía sería una noche larga.
Pensé en mis hermanas de la Danza de la Luna y les pedí que me pusieran un rezo. Ser danzante, e integrar otros rituales en mi vida, es lo que realmente me ha preparado para ésta experiencia.
Saber que la noche es mi aliada, que mi espíritu y mi cuerpo tienen más fuerza y aguante de lo que piensa mi mente.
Sentía como iba entrando cada vez más en mi misma, me comunicaba poco e intentaba no pensar en nada más que en cada momento presente y sentir cada ola de contracción uterina.
A las 11 llegaron las parteras y con una exploración me dijeron que ya iba de 6 cm. Eso me dió ánimos, pues vi el avance y pensé que todo ese dolor estaba sirviendo de algo.
Mi cérvix se estaba abriendo para dar paso al bebé. Aunque en esos momentos no pensaba siquiera en que todo aquello lo estaba viviendo junto a otro ser , que durante nueve meses fue parte indivisible de mi.
Sólo cuando vi en el espejo que me tendieron las parteras un pedacito de su cabeza peluda asomando por mi vagina, fui consciente de qué todo esto era para que él encarnara...
Pero eso sería más avanzada la noche.
Antes, seguí dilatando entre idas y venidas al sofá, a la esterilla, al váter (que resultó ser de mis sitios favoritos para tener contracciones)
La cabeza se me iba, y sudaba como en pleno agosto al sol. De vez en cuando las matronas escuchaban el corazon del bebé para comprobar que todo iba bien. Ahora que lo pienso, qué santa paciencia la de mi bebecito para ir bajando lentamente por ese canal oscuro y estrecho hacia otra realidad.
(De hecho, días después del parto, la matrona me comentó que quizás fue más doloroso por haber roto aguas, ya que el canal estaba menos lubricado.)
Los dolores iban en aumento de intensidad y de frecuencia. Una parte de mi simplemente quería tumbarse y descansar, pero ya no había vuelta atrás, la intensidad no pararía hasta el final del proceso.
Mi compañero me sostenía, con su contacto, sus cantos y su amor. En ese momento me metí en la maravillosa piscina hinchable que habíamos montado en el salón.
Entré con él, sosteniéndome desde atrás.
Una de las parteras me echaba agua caliente por encima de la barriga.
Me sentía una ballena varada, y después comprendí un sueño que tuve días antes:
Soñé con una enorme ballena varada en la orilla de una playa. Ella se iba girando sobre sí misma, y cada vez sentía que moría un poco mas.
Hasta estar completamente boca arriba. En el momento en el que moría definitivamente profería un grito inmenso y profundo que se extendió en una gigantesca oleada sonora.
Yo era esa ballena, que conforme pasaba el tiempo iba llegando a ese abismo. Y efectivamente, me sentía morir.
En realidad no sé si era exactamente morirme porque no tengo otra experiencia cercana a la muerte con que compararlo. Pero sí era como llegar al final de una situación que no sabía que consecuencias físicas tendría ni que me deparaba después.

Mientras, una matrona me abanicaba el rostro y la otra me echaba agua, pues no paraba de sudar.
Visto desde fuera debía verse muy hermoso. Con la única luz de las velas y de una linterna que iluminaba el fondo azul de la piscina. Dos mujeres colmándome de atenciones y nosotros dos, desnudos, salvajes, en el agua iluminada en medio del salón.
Aunque en ese momento solo podía concentrarme en descansar después de cada ola de dolor me lamenté de no estar con un cacao y sales de baño en esa piscina.
Me siento muy afortunada de todo el acompañamiento que tuve. Nunca me sentí sola. Los masajes y cantos de mi compañero me ayudaban a mantenerme en presencia y no desesperarme.
Como la ballena de mis sueños, empecé a dar alaridos y expresar con gritos. Las contracciones ahora iban de tres en tres , como tres olas seguidas que llegan y apenas me daba tiempo a respirar entre cada una de ellas. Recuerdo decir cosas como "no puedo más" o " no lo estoy haciendo bien". Quizás necesitaba consuelo, ánimos. Pero también identifico mucha autoexigencia en mi, como si por el echo de no estar teniendo un orgasmo pausado y sentirme en completo trance fuera un fracaso de mi habilidad paritoria.
Un buen ritual o ceremonia te permite identificar las actitudes o pensamientos limitantes que ocurren en tu vida. Y en esto pude comprobar una increíble autoexigencia en mi.
Son cosas claves que pienso me ayudarán a transitar la maternidad en todas sus caras.
En la siguiente oleada sentí que el vientre se contraía, y mi alarido cambió hacia un tono más gutural y ronco. Eran los primeros pujos.
Marina, la matrona más veterana pudo identificarlo desde la habitación de al lado donde se había tomado un breve descanso y esa habilidad profesional me fascinó.
Supo que pasaba de fase.
Ya la cabeza del bebé debía estar cerca de la salida. Lo pude comprobar metiendo mis dedos por la vagina y tocando su cabecita. Era muy impresionante. Cada vez que introducía el dedo, animada por las matronas, comprobaba como iba cabiendo menos parte de mis falanges antes de tocar la cabeza. Era como un reloj de carne que iba midiendo la cuenta atrás del momento de nacer.
Salí de la piscina y comenzaron a aumentar la velocidad de las contracciones.
Lejos del respiro que me había dado el agua de la piscina, ahora las oleadas venían de cuatro en cuatro. Curiosamente cuando mi cuerpo pujaba, es decir empujaba hacia afuera para que saliera el bebé, era menos doloroso que las contracciones de dilatación. No puedo decir que placentero o relajante, pero sí menos doloroso.
Ya no quería gritar, pues sentía que eso solo me restaba fuerzas. Cuando llegaban ya no eran oleadas, sino un tsunami. Debía hacer un esfuerzo por ir a favor del pujo y no contraer mi cuerpo y hacer que el bebé volviera a meterse dentro. Era como si por un lado mi cuerpo se contrajera solo y empujara, pero inmediatamente después se retraía, como cuando retiras la mano de la llama de una vela. Automáticamente.
Ya estaba el bebé al final, me escocía cada vez más la vagina. Sentía que daba un paso hacia adelante en el proceso y otro hacia atrás. "Es que me duele mucho" le decía a la partera. " Ya lo sé cariño" me contestaba, "Pero debes atravesar el aro de fuego".
No me tuvo que dar más explicaciones. Entendí perfectamente a qué se refería. Ya llevaba un rato notando ese fuego.
Con cada contracción sentía que me acercaba a él. Ese círculo de fuego era la entrada de mi vagina, que debía agrandarse como nunca en mi vida.
En la silla de parto, sujetada por detrás por mi compañero, me mostraron con un espejo cómo asomaba la cabeza peluda de nuestra bebé. No era la primera vez que ponía un espejo para ver mi vagina en el último mes. No recuerdo más momentos en mi vida mirándome la vulva que durante el último mes de embarazo y el posparto.
Y pensar que casi ninguna mujer observa su propia vagina en toda su vida.
Esta vez la visión incluía la cabeza de otro ser. En medio de todo ese trance, esa visión por un lado me sorprendió. Cómo si de repente recordase que estaba haciendo todo eso para que el bebé saliera al mundo. Por otro lado me entusiasmaba ver que quedaba tan poco, pero en realidad lo que mas recuerdo es el horror que sentí al ver lo pequeña que era la entrada de mi vagina y lo grande que se intuía su cabeza.
Comprendí que para que naciera mi bebé debía ahora ir totalmente en contra de mi instinto que me hacía huir del dolor.
Debía poner la mano intencionalmente en el fuego.
Aquí aprendí algo también muy de mi carácter, pues frente a este reto, decidí hacerlo lo antes posible y sin pensar.
Como quien se lanza del puente casi empujándose a sí misma.
Es como que decidí que no quería ni una contracción más, ni un dolor más.
Así que cogí aire y de la silla de parto me puse a cuatro patas en el suelo. Aquellas oleadas serían las últimas. Cuando llegó la primera, exhalé el aire en abundancia y con toda la capacidad pulmonar.
En la segunda, apenas pude recuperar algo de aire, con el diafragma contraído. Y ¡échale! y empujé a mitad de la capacidad.
En la tercera, sabía que ese era el momento clave de ir hacia adelante, hacia el fuego, o retroceder. Apreté los dientes, cogiendo fuerza y aire de no sé dónde y con un gruñido empujé.
En la cuarta, ya estaba fuera de mi. Ya no recuerdo exactamente cómo fue.
Los mexicas dirían que fui a arrancar el alma de mi bebé del Mictlampa, la tierra de los muertos. Eterna danza de vida y muerte.
Lo siguiente que sentí fue como un pez con piernas y brazos deslizándose hacia afuera. Y el ruido de mucha sangre chocando en el suelo.
El bebé había salido disparado como un cohete. Natu y Silvia lo atraparon detrás de mi.
Hermes nació a las 5:25 de la madrugada del 19 de septiembre.
En la maravillosa casa alquilada de Pedro Alberto, en el bosque de castaños del Real de San Vicente. La vida no deja de sorprenderme.
¿dónde estaré en el próximo capítulo?
Me levantaron prácticamente en volandas del suelo para sentarme como pude, sin apenas cerrar las piernas, en el sofá.
Sentía el cordón saliendo de mi vagina y me pusieron a Hermes en el pecho. Lo sentía tan caliente, pequeño y real. No me lo podía creer. Todo era intensidad y una mezcla de muchas emociones.
Ya está, ya había pasado todo.
Pero no.
Después de unos 30 minutos de descanso e integración me recordaron que aún faltaba por dar a luz a la placenta.
Con ojos como platos me pregunté si no saldría sola, aunque ya sabía perfectamente que no. Aunque la partera intentó que saliera con sus dedos, era imposible. Había que alumbrarla con una contracción. Lo intenté tumbada boca arriba como estaba, pero no tenía fuerza así. Con el bebé en brazos me levanté y con una sacudida de útero y contracción, de nuevo y sin pensarlo mucho, salió la placenta.
Y cayó en un barreño.
A posteriori sí que comprendí que me hubiera gustado conservar más tiempo ese vínculo del bebé con la placenta... días incluso.
Sin embargo esto no lo planifiqué lo suficiente antes del parto. Así que en ese momento en que las matronas debían irse a atender a otra mujer, simplemente decidimos que nos ayudaran a cortar el cordón umbilical en ese momento. Y así lo hizo mi compañero. He de reconocer que era más fácil manejar al bebé sin él, pero lo cierto es que veía tan vivo ese cordón, tan gordo, que fue algo doloroso cortarlo. Al menos pudimos honrar la placenta y el propio cordón a los días siguientes. Entregamos su sangre a un árbol y con ella hicimos medicina placentaria. El cordón es ahora un atrapasueños que vela por Hermes en el techo de su cuna.
Podría parecer que aquí se terminó el parto. Pero en realidad, tumbada en la cama con el bebé en mis brazos, sentía que sólo era un final unido muy juntito con el comienzo.

Para empezar me vinieron otros dolores de útero. No me podía creer que aquello no acabase. Y resulta que eran " entuertos" o dolores del útero recolocándose en su sitio.
Esta sensación la seguiría teniendo de vez en cuando, sobre todo cuando el bebé tomaba la teta. Las parteras me mostraron con un espejo mi vagina, evaluando los daños y perjuicios que habían quedado. "No te asustes" me dijeron antes de mostrármelo " está muy hinchado pero eso bajará". Y efectivamente aquello estaba inflado como una cámara de bici. Se vislumbraba una herida en el labio menor derecho. Pero no se podía saber exactamente cómo era hasta que no bajaste la inflamación. Al final fue un desgarro del labio, que no llegó a ningún músculo. Me cogieron un punto a los dos días. Sin anestesia. Total, ya de perdidos al río. El punto no sirvió de mucho y se me quitó a los pocos dias.
También tenía micro desgarros de la piel por la zona de la uretra y todo el ano con hemorroides.
Me parece que no se habla lo suficiente de todas estas heridas de las mujeres para traer seres al mundo, así que las escribo y comparto abiertamente.
La matrona me afirmó que había tenido mucha suerte de tener intacto el perineo, y que probablemente los masajes perineales ( o aperturas de vagina como yo los renombré, por no recordarme su ejecución a nada parecido a un masaje) habían ayudado a que así fuera. De todas formas tuve pesadillas y está siendo todo un proceso integrar la nueva forma de mi vagina.
Después de dar a luz me sentía súper enfocada y despierta. Como un soldado en el campo de batalla cuya misión era que el bebé agarrara el pezón y succionase.
(Cosa que puede sonar fácil y obvia pero no lo es.)
Qué increíble era dormir con mis dos amores, mi bebé y mi compañero, juntos en la cama llena de toallas. Pura magia
Después de esta muerte en vida. Ya tocaba renacer.
Desde luego ya no soy la misma que antes. Lo esencial sigue ahí, pero siento cambios profundos en mis pensamientos, sentimientos, perspectiva de vida... Puedo sentir claramente cómo cambia mi cerebro. Y es maravilloso cuando me entrego a ello y cuando tengo apoyo para seguir realizando mis sueños.
Durante unos 10 días prácticamente no me moví de la cama. Mi suelo pélvico no aguantaba el peso de la gravedad. Mucho tiempo para meditar, respirar, contemplar.
Parir es una heroicidad. Definitivamente cambia la vida, es una entrega constante. La manera de parir y de morir define nuestra manera de vivir.
Pero lo más importante es que seguramente influencie en la manera de vivir de un nuevo ser humano durante toda su vida, así que toda nuestra entrega, merece la alegría, la pena y todo lo que se tercie

Dibujo de Alessandra
Deviproyect
Gracias por compartir y recibir esta experiencia







