miércoles, 30 de septiembre de 2015

Eclipse en Amantaní

Eclipse en Amantaní

Cuando me enteré de que iba a haber un eclipse esa misma noche, estaba leyendo un periódico en el mercado Aymara de Puno. Mientras bebía mi juguito pensé, ¿a dónde iré a ver el eclipse total de luna roja?
pensé en ir a la isla de la luna, en el lado boliviano, pero ya era tarde para eso, quería pasar la noche en medio del Titiqaqa, Taquile, la otra opción era más comercial y cercana. Resolví entonces ir a Amantaní, y me dirigí presto a mi hostal a recoger mi equipaje.
Me preparé para la aventura que comenzó en una bicitaxi camino al muelle. Allí me dijeron que ya había salido el barco para Amantaní, preguntando y sincerándome sobre mis intenciones, ver el eclipse allí, recibí ayuda. Me dijeron que tenía que ir a Capachica y de allí al muelle de Chifrom, donde encontraría lanchas a 10 soles.
Me puse en camino, compré algunas provisiones y me monté en la combi, pensé que tenía que aprovechar cada oportunidad para hacer la magia, visto mi exiguo bolsillo, así que me puse a recitar y a cantar por el camino. La gente quedó encantada porque la gente me encantaba, después me hice amigo de Emerson, un niño de 8 años que me regaló unos cuantos dibujitos en mi cuaderno y por fin, llegamos a Capachica.
Era día de mercado, compré coquita y fui andando por el camino a Chifrom, pero al poco me jalaron gracias al pulgar mágico y llegué a una playa espectacular.
Allí, los barqueros jugaban a la pelota y me puse a conversar con ellos, enseñándoles algunos instrumentos, tocamos y se acercó un señor muy amable en moto y se hizo fotos con nosotros y nos convidó a agua embotellada.
Montamos en la barca y nos hicimos amigos, los barqueros leyeron el relato que escribí en la isla del sol para que se entretuviesen mientras esperaban la mercancía, consistente en cientos de botellas de cocacola e incacola, más unos pocos jugos.
Me quedé pensando en el problema que estábamos embarcando, pues en el mejor de los casos queman el plástico y se los lugareños se contaminan con esas porquerías gringas que no le llegan ni a la suela del zapato a la chicha o a la limonada.
No acepté pues, cuando me convidaron a una de esas gaseosas, los tipos del camión de refrescos parecían mafiosos comparados con los inocentes y sanos muchachos que manejaban la embarcación. Me contaron que hacía poco habían muerto dos amigos suyos navegando ese trayecto en una embarcación más pequeña. Una mala ola les volcó, afortunadamente este bote era más grande, aunque también saltaba de lo lindo con las olas.
La señora de la bodega que había embarcado toda su mercancía me convidó a unas habitas por ayudarle con sus bultos, me ofrecí a desembarcar su mercancía en Amantaní y me salió el pasaje gratis, aunque una parte de mí, me acusaba de colaboracionista por ayudar a transportar ese brebaje chatarra.
Lo bueno es que hice amigos chambeando con los locales y Nemesio, un señor de mirada bondadosa y elegante sombrero, me alojó a cambio de ayuda en ciertos trabajos agrícolas. Cuando nuestras miradas se cruzaron percibí su bondad simple y natural y aproveché la oportunidad que me brindó, de quedarme en su casa.

La luna apareció blanca y luminosa. 
Poco después de mi llegada cené con Nemesio y tocamos un poco de música. Después, cuando llevaba la loza a la cocina vi el eclipse. Wau! Era la sombra de la Tierra proyectándose sobre la luna llena.
A medida que la sombra avanzaba, esta se iba poniendo coloradota. Saqué mis instrumentos y fui a cantar y a tocar a la chakrita de atrás.
¡Qué hermosura!
Por momentos sentía con mi vista clavada en la luna yinyanesca que un túnel de partículas etéricas me jalaba hacia allá. Comencé a rezar por mis seres queridos haciendo Kintus, grupos de 3 hojas de coca que se ofrecen a la Pacha Mama bien bendeciditos.
Entonces me conecté con muchas de las personas que he conocido, mi familia, mis amigos… ofrendé coquita y cada vez que sanaba una relación o pedía algo importante de veras, surcaba el cielo una estrella fugaz. Así aprendí a pedir deseos, cruzando el cielo una centella en tres ocasiones, y sin dejar de mirar la luna comprendí que estas habían trazado un triángulo perfecto alrededor de Selena.
Sentí tanto gozo, tan desbordante y pletórico estaba, que reí y lloré de alegría, comprendiendo muchas cosas de mi vida.
Finalmente, el frío y el cansancio me vencieron y ya consumado el eclipse total, me fui a dormir.
Después de recorrer la isla sembrando habas y patatas y visitando sus templos, volví a Capachica. En el barco conocí a un tipo singular, un funcionario vasco encargado de promover el turismo... le dije que tenía una gran responsabilidad y hablamos del turismo sostenible. Ojalá sea así, quien haya estado aquí con un mínimo de sensibilidad habrá notado que este lugar es sagrado y q

ue por ese camino de progreso infantil de pan para hoy y hambre para mañana... mal vamos. Hay que hacer lo que esté en nuestras manos. El futuro es nuestro. Hay que confiar... pero confiar actuando.

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